Por el Dr. Juan Carlos Montenegro Butti, presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Ituzaingó

 Después de la aterradora noche de los llanos de Ituzaingó el amanecer comenzó a clarear el campo de batalla. Arrasado por el fuego que Alvear había mandado a quemar, aquí y allá se veían todavía arder algunos matorrales. La planicie se veía sembrada de cadáveres de soldados de ambos bandos. El 20 de febrero de 1827 había quedado atrás. Félix Olazábal mandó a formar a su tropa, partirían de inmediato en busca del enemigo en fuga, más adentro en territorio de Brasil.

La orden de Alvear era perseguirlos sin darles pausa hasta una derrota absoluta, total, sin darles oportunidad alguna de recuperarse.

Había que asegurar la victoria de Ituzaingó. El olor de los cuerpos en descomposición de los que habían muerto en la mañana del día anterior al comenzar la batalla, ayudado por el calor reinante y la quemazón del campo, hacían que de éste se levantara un hedor insoportable. La toldería de saqueadores y ladrones que solían acompañar a los ejércitos en marcha terminaban su triste tarea de despojar a los muertos de cuanta cosa de valor pudieran tener los pobres soldados.

El robo era inmisericorde. Olazábal dio la orden de avanzar y todos se pusieron en marcha para reforzar a los que ya habían partido. De cuando en cuando se oía algún disparo contra los saqueadores que no terminaban aún su triste tarea. A medida que se morían, el olor a descomposición era peor. La corrupción de los cadáveres parecía desprender vapores nauseabundos. Por fin el campo de batalla quedó atrás y el ejército en marcha se perdía en el horizonte. Los esperaban otras victorias, “Camacuá” y “Yerbal” hasta el punto en que fue imposible proseguir la aplastante victoria de Ituzaingó.

Por falta de medios, hubo que abandonar la victoriosa persecución y volver hacia Buenos Aires. La Banda Oriental había sido liberada y se aprestaba a volver al seno de sus hermanas del Río de la Plata. Pero la corrupción y la podredumbre de los campos de batalla, acechaba ahora de manos de los ingleses, el más fenomenal acto de corrupción del seno del gobierno y del ministro García.

El primer ministro inglés quería asegurar un puerto donde recalar las naves inglesas y crear entre las Provincias Unidas y el Brasil un “Estado Tapón” que asegurara la presencia inglesa en el Plata. El instrumento: la corrupción. Comprar o corromper con dinero, dádivas o privilegios a los negociadores de la paz forzada por falta de medios económicos, pues las provincias del interior no querían apoyar los gastos de la campaña militar por sus rivalidades intestinas entre ellas y Buenos Aires, con su gobierno.

Cada quien se había atrincherado en su reducto. Así hubo de aceptarse el plan inglés que actuando como mediador, conseguía una propuesta de paz donde las Provincias Unidas pagarían a Brasil una indemnización de guerra por los daños bélicos y la guerra de “Corso” había llevado adelante el Alte. Guillermo Brown y respecto a la Banda Oriental, quedaba ésta como una nación aparte. Se concretaba así el plan de George Canning para el Río de la Plata con los buenos oficios de Lord Ponsonby, uno de los oficiales de la primera invasión inglesa a Buenos Aires. Tal fue el escándalo en Buenos Aires al conocerse la noticia de semejante proyecto de paz elaborado en Londres y aceptado por el ministro García, que Rivadavia no pudo hacer otra cosa más que renunciar.

Habíamos ganado la guerra y perdíamos el territorio y aún más debíamos indemnizar a los vencidos. La corrupción había ganado la partida y la mutilación histórica de la Banda Oriental, hoy Uruguay, consumada.

En 1832 habría de llegar la fragata Clio al mando del capitán Onslow para reabastecerse en Montevideo y partir a consumar el despojo de nuestras Islas Malvinas en enero de 1833. El tratado de paz con el Brasil es único en el mundo para nuestra desgracia moral y sus consecuencias materiales. Lejos estaba Brandsen de imaginar que su sacrificio en Ituzaingó iba a tener semejante epílogo. Menos aún los sobrevivientes del Ejército de los Andes, todos los cuales actuaron en la batalla y que inspirados en el espíritu de los granaderos, cubrieron la victoria y lamentaron al mártir de los llanos de Ituzaingó, el veterano de las guerras napoleónicas, francés, oriundo de París al servicio de nuestra patria, que dio la vida ese día después de cumplir toda la campaña libertadora de los Andes.