Después de la aterradora noche de los llanos de Ituzaingó el amanecer comenzó a clarear el campo de batalla. Arrasado por el fuego que Alvear había mandado a quemar, aquí y allá se veían todavía arder algunos matorrales. La planicie se veía sembrada de cadáveres de soldados de ambos bandos. El 20 de febrero de 1827 había quedado atrás. Félix Olazábal mandó a formar a su tropa, partirían de inmediato en busca del enemigo en fuga, más adentro en territorio de Brasil.
La orden de Alvear era perseguirlos sin darles pausa hasta
una derrota absoluta, total, sin darles oportunidad alguna de recuperarse.
Había que asegurar la victoria de Ituzaingó. El olor de los
cuerpos en descomposición de los que habían muerto en la mañana del día
anterior al comenzar la batalla, ayudado por el calor reinante y la quemazón
del campo, hacían que de éste se levantara un hedor insoportable. La toldería
de saqueadores y ladrones que solían acompañar a los ejércitos en marcha
terminaban su triste tarea de despojar a los muertos de cuanta cosa de valor
pudieran tener los pobres soldados.
El robo era inmisericorde. Olazábal dio la orden de avanzar
y todos se pusieron en marcha para reforzar a los que ya habían partido. De
cuando en cuando se oía algún disparo contra los saqueadores que no terminaban
aún su triste tarea. A medida que se morían, el olor a descomposición era peor.
La corrupción de los cadáveres parecía desprender vapores nauseabundos. Por fin
el campo de batalla quedó atrás y el ejército en marcha se perdía en el
horizonte. Los esperaban otras victorias, “Camacuá” y “Yerbal” hasta el punto
en que fue imposible proseguir la aplastante victoria de Ituzaingó.
Por falta de medios, hubo que abandonar la victoriosa
persecución y volver hacia Buenos Aires. La Banda Oriental había sido liberada
y se aprestaba a volver al seno de sus hermanas del Río de la Plata. Pero la
corrupción y la podredumbre de los campos de batalla, acechaba ahora de manos
de los ingleses, el más fenomenal acto de corrupción del seno del gobierno y
del ministro García.
El primer ministro inglés quería asegurar un puerto donde
recalar las naves inglesas y crear entre las Provincias Unidas y el Brasil un
“Estado Tapón” que asegurara la presencia inglesa en el Plata. El instrumento:
la corrupción. Comprar o corromper con dinero, dádivas o privilegios a los
negociadores de la paz forzada por falta de medios económicos, pues las
provincias del interior no querían apoyar los gastos de la campaña militar por
sus rivalidades intestinas entre ellas y Buenos Aires, con su gobierno.
Cada quien se había atrincherado en su reducto. Así hubo de
aceptarse el plan inglés que actuando como mediador, conseguía una propuesta de
paz donde las Provincias Unidas pagarían a Brasil una indemnización de guerra
por los daños bélicos y la guerra de “Corso” había llevado adelante el Alte.
Guillermo Brown y respecto a la Banda Oriental, quedaba ésta como una nación
aparte. Se concretaba así el plan de George Canning para el Río de la Plata con
los buenos oficios de Lord Ponsonby, uno de los oficiales de la primera
invasión inglesa a Buenos Aires. Tal fue el escándalo en Buenos Aires al
conocerse la noticia de semejante proyecto de paz elaborado en Londres y
aceptado por el ministro García, que Rivadavia no pudo hacer otra cosa más que
renunciar.
Habíamos ganado la guerra y perdíamos el territorio y aún
más debíamos indemnizar a los vencidos. La corrupción había ganado la partida y
la mutilación histórica de la Banda Oriental, hoy Uruguay, consumada.
En 1832 habría de llegar la fragata Clio al mando del
capitán Onslow para reabastecerse en Montevideo y partir a consumar el despojo
de nuestras Islas Malvinas en enero de 1833. El tratado de paz con el Brasil es
único en el mundo para nuestra desgracia moral y sus consecuencias materiales.
Lejos estaba Brandsen de imaginar que su sacrificio en Ituzaingó iba a tener
semejante epílogo. Menos aún los sobrevivientes del Ejército de los Andes,
todos los cuales actuaron en la batalla y que inspirados en el espíritu de los
granaderos, cubrieron la victoria y lamentaron al mártir de los llanos de
Ituzaingó, el veterano de las guerras napoleónicas, francés, oriundo de París
al servicio de nuestra patria, que dio la vida ese día después de cumplir toda
la campaña libertadora de los Andes.